Las apariencias engaƱan: la historia de un adolescente de 2e
- REEL Admin
- 13 nov 2023
- 8 Min. de lectura

Los estudiantes dos veces excepcionales tienen pocos foros para expresar sus experiencias educativas vividas. REEL se complace en lanzar "Living and Learning 2e", una nueva serie de blogs dedicada a brindarles a niños, adolescentes y adultos jóvenes dos veces excepcionales un lugar para compartir sus voces.
Lucy Kross Wallace es nuestra sexta bloguera invitada. Actualmente es estudiante de segundo aƱo en la Universidad de Stanford con especialización en literatura comparada y psicologĆa. Su contribución a esta serie de blogs refleja sus experiencias como estudiante en The Nueva School, donde asistió desde cuarto grado hasta su graduación. A Lucy le encanta escribir, el ruso, el cafĆ©, el rock independiente y los actos de bondad (al azar o no). Si te gusta su publicación, mira la blog, lucidez.
Misión: Salir de mi salón de biologĆa, cruzar un pasillo y Tres tramos de escaleras hasta la cafeterĆa, tomar un plato de comida, volver a llenar mi taza de cafĆ©, luego subir dos tramos de escaleras y caminar una cuarta parte del edificio hasta un salón de clases vacĆo, donde podrĆa comer con una mano. y copiar conjugaciones de verbos franceses con el otro.
Tiempo asignado: Cinco minutos.
11:35. Nuestro profesor de biologĆa termina la clase con unos 40 segundos de retraso. Preparo mi bolso lo mĆ”s rĆ”pido posible y salgo corriendo de la habitación. Los pasillos ya estĆ”n llenos de estudiantes de primer aƱo que gritan, estudiantes de tercer aƱo que se quejan del próximo PSAT y la Ćŗltima creación del equipo de robótica avanzando a una velocidad alarmante.
11:37. Me abro paso a codazos hacia la escalera, Baja rĆ”pidamente los escalones de dos en dos y llega a la cafeterĆa jadeando. Lleno dos tazas con remolacha y tomates cherry, haciendo una mueca al ver el residuo hĆŗmedo en las pinzas: Āæhummus? ĀæMayonesa? De cualquier manera, es una de mis texturas que menos me gustan en el mundo. Aunque estoy haciendo buen tiempo. Transcurrieron 3:27, quedando 1:33 para cafĆ© + escalera + aula.
11:38. Leah me saluda con la mano mientras me acerco a la mĆ”quina de cafĆ©, pero la idea de mantener una conversación hace que se me revuelva el estómago. Sólo se necesitan 20 o 30 segundos para descarrilar toda la rutina. SonrĆo en su dirección mientras paso corriendo ā āLo siento, tengo que irmeā ā antes de servir mi cafĆ©, tapar el vaso de papel y correr entre la multitud hacia las escaleras.
11:39. Sube las escaleras, de dos en dos. , por el pasillo y luego al salón de clases.
11:40. La puerta se cierra de golpe detrĆ”s de mĆ. Misión cumplida. Me dejo caer en una silla y sostengo mi cabeza entre mis manos por un momento, sintiendo el pulso palpitar en mi garganta. DesearĆa poder cerrar los ojos, respirar y simplemente estar quieto, pero el tiempo corre (11:40:28, 11:40:29), asĆ que me enderezo y sigo adelante.
***
Esta fue una parte promedio de mi vida en la escuela secundaria. A primera vista, parecĆa estar prosperando. Obtuve excelentes calificaciones, nunca entreguĆ© tarde la tarea, estudiĆ© el doble de lo necesario e incluso me convencĆ de que tomar tres clases de ciencias durante todo mi segundo aƱo podrĆa ser una buena idea (no lo fue). Las apariencias, sin embargo, pueden engaƱar. A pesar de todos mis logros acadĆ©micos, luchĆ© con las habilidades que parecĆan ser naturales para todos los demĆ”s. TemĆa la caminata de nueve minutos entre la escuela y la estación de tren porque si un compaƱero de clase se acercaba a mĆ e intentaba entablar una conversación, hacĆa la pregunta equivocada o daba la respuesta equivocada y tenĆa que soportar sus miradas de perplejidad, ya que asĆ como la sensación de que acababa de fallar en otra interacción social. Mis trastornos de ansiedad estaban fuera de control. Incluso con grandes dosis de medicación, siempre estaba a minutos de sufrir otro ataque de pĆ”nico. La mĆ”s mĆnima asimetrĆa podĆa hacerme sentir como si el mundo se estuviera acabando. Las sillas en la mesa de la cocina tenĆan que estar perfectamente alineadas, las servilletas bien dobladas, los cajones bien cerrados y la puerta del microondas nunca abierta. PlanifiquĆ© mi tiempo con una precisión absurda, programando actividades en intervalos de 15 minutos y entrando en pĆ”nico cada vez que el tren llegaba tarde o la prĆ”ctica de natación terminaba temprano.
Estas obsesiones y compulsiones hacĆan imposibles las actividades normales del desarrollo, como salir con un amigo despuĆ©s de la escuela o ir a una fiesta de cumpleaƱos. HabĆa demasiadas incógnitas, demasiados factores fuera de mi control. Ninguna cantidad de halagos por parte de mis padres o terapeutas pudo convencerme de diversificarme o probar algo nuevo. En cambio, me aferrĆ© a mis hojas de cĆ”lculo y atendĆ las servilletas y la puerta del microondas, con la esperanza de que si lograba controlar todos los estĆmulos que hacĆan que mi mente girara y me erizara la piel, mi ansiedad paralizante algĆŗn dĆa desapareciera.< /p>
En ese momento, todavĆa no me habĆan diagnosticado autismo. Aunque ciertamente consideraba que la ansiedad y la obsesión eran parte de mi temperamento, nunca se me ocurrió que podrĆa haber un problema mĆ”s profundo detrĆ”s de estos problemas. Aunque mi nivel de perfeccionismo era intensamente debilitante, me aterrorizaba dejarlo ir porque tambiĆ©n era una de mis mayores fortalezas. Sin mi disciplina y determinación, no habrĆa aprendido espaƱol ni habrĆa descubierto mi amor por la literatura latinoamericana, ni habrĆa escrito novelas, ni habrĆa memorizado rutas de trenes galeses, ni habrĆa leĆdo obras de teatro griegas, ni habrĆa seguido buscando formas de intentar saciar mi infinita curiosidad. En otras palabras, no serĆa yo. A pesar de todo el dolor y la dificultad que me conferĆa la ansiedad, seguĆa siendo un aspecto definitorio de mi identidad y no estaba dispuesto a renunciar a Ć©l.
SeguĆ de esta manera durante mis aƱos de primer y segundo aƱo de escuela secundaria, ansioso, diligente, comprometido, entusiasta y miserable. Pero en la primavera del undĆ©cimo grado, mis mĆ©dicos consideraron que ya no estaba lo suficientemente sano como para seguir en la escuela. Me enviaron a un centro de tratamiento residencial, donde pasarĆa casi cinco meses. Este fue el primero de una larga sucesión de hospitales e instalaciones de tratamiento donde mis sĆntomas continuaron desconcertando a terapeutas, mĆ©dicos y enfermeras por igual. A pesar de todo este caos, todavĆa pude graduarme a tiempo. Mi escuela era tan complaciente que no me di cuenta de que me estaban acomodando. Mis profesores entendieron que el objetivo de la escuela es aprender, por lo que si una regla o expectativa particular impide que los estudiantes aprendan, es posible que sea necesario cambiarla. Por lo tanto, se me permitĆa salir del aula cuando habĆa demasiada luz o demasiado ruido porque los profesores confiaban en mĆ para terminar cualquier trabajo que necesitara a tiempo (y yo ya habĆa demostrado mi compromiso para hacerlo). Obtuve extensiones en mis asignaciones cuando estuve enfermo. Mi profesor de inglĆ©s incluso me envió una copia impresa de mi trabajo calificado cuando estaba en el hospital. (Irónicamente, mi ensayo se tituló āSobre el poder aplastante de la psiquiatrĆa modernaā). En los dĆas en que no podĆa hablar, entregaba una reflexión escrita despuĆ©s de clase. Ninguna de estas modificaciones afectó mi expediente acadĆ©mico porque Nueva utiliza calificaciones basadas en estĆ”ndares, donde las calificaciones reflejan el dominio de los objetivos de aprendizaje en lugar de un promedio acumulativo de todas las tareas. En determinadas ocasiones, los profesores incluso renunciaron a proyectos completos porque yo ya habĆa demostrado las habilidades en cuestión a principios de semestre.
Aunque estaba demasiado deprimido para disfrutar del baile de graduación, decorar birretes de graduación o la fiesta de fin de aƱo que tanto entusiasmaba a mis compaƱeros de clase, hubo un regalo del semestre de primavera. que disfrutĆ© muchĆsimo: la oportunidad de escribir y realizar adaptaciones de obras de Shakespeare. Siendo lo friki que soy, me apuntĆ© a dos clases de inglĆ©s. Mi propuesta de ambientar Romeo y Julieta a principios de los aƱos cincuenta (āPolio, polio, Āæpor quĆ© eres polio?ā) fue vetada a favor de una versión ambientada en el lago Tahoe, con los protagonistas pertenecientes a dos familias igualmente ricas y ostentosas. SegĆŗn la solicitud de nuestro maestro, incluimos la lĆnea: "Ā”Una maldición para tus dos casas de vacaciones!" Mi otra clase desarrolló una adaptación en gran medida incoherente pero aĆŗn divertida de Noche de reyes que involucraba una comedia de situación de los noventa, viajes en el tiempo, Grease, y una madre autoritaria de la PTA. A mitad del proceso de escritura, me hospitalizaron y me desconectaron de la red durante cinco dĆas. RegresĆ© a la escuela con un poco de pĆ”nico; Faltaban solo tres semanas para la graduación y, si reprobaba esas clases, no tenĆa idea de lo que sucederĆa. Afortunadamente, mis profesores entendieron. Me asignaron el papel de coach de vida de Julieta en Romeo y Julieta, y me sabĆa todas las lĆneas porque las habĆa escrito yo mismo. DecidĆ sentarme y mirar Noche de Reyes, reconfortado por la broma de mi profesor de inglĆ©s de que mientras no prendiera fuego al escenario, obtendrĆa una A.
Entre todos los recuerdos de ese aƱo que preferirĆa olvidar, estos momentos se destacan como testimonio del impacto que pueden tener los docentes solidarios. Tengo mucha suerte de haber asistido a una escuela que, en lugar de aƱadir estrĆ©s y ansiedad a mi vida, me ayudó a hacer las cosas que amo, incluso cuando luchaba contra una enfermedad grave. Mientras estaba en el escenario con mi estera de yoga y Kombucha, sermoneando a Juliet sobre la relación entre la fibra moral y dietĆ©tica, recordĆ© lo que mĆ”s valoro: el humor; creatividad; comunidad; y, en menor grado, yoga. En mis momentos mĆ”s bajos, la escuela no intensificó mi miseria. Me dio una razón para seguir adelante.
DespuĆ©s de terminar la escuela secundaria y pasar otro largo aƱo en hospitales, finalmente recibĆ un diagnóstico de autismo, lo que nos ayudó a mĆ y a mis mĆ©dicos a contextualizar los desafĆos que enfrentaba. Ahora tenĆa un marco para comprender el funcionamiento atĆpico, a veces patológico, pero aĆŗn bastante interesante de mi mente. AdquirĆ una mayor conciencia de mis capacidades y limitaciones. Con la ayuda de mi familia, amigos y bastantes profesionales mĆ©dicos, aprendĆ a canalizar mi ansiedad hacia fines positivos y a reconocer cuando mi perfeccionismo no me servĆa. Dudo mucho que alguna vez viva de una manera que alguien describirĆa como "espontĆ”nea". Sin embargo, todavĆa desarrollĆ© las habilidades y tomĆ© los medicamentos necesarios para superar mis obsesiones y compulsiones. Durante el verano, me volvĆ mĆ”s saludable, mĆ”s estable y mĆ”s cómoda conmigo misma.
Me permitieron salir del hospital justo a tiempo para comenzar mi primer aƱo en Stanford. Mientras me orientaba, me di cuenta de que las modificaciones a mis tareas escolares en la escuela secundaria eran esencialmente prototipos de adaptaciones universitarias. DesarrollĆ© una sólida variedad de estrategias para controlar mis discapacidades, desde tapones para los oĆdos hasta grabadoras de audio y aplicaciones de conversión de texto a voz. TambiĆ©n me sentĆ mĆ”s cómodo defendiĆ©ndome y comunicando mis necesidades a profesores, administradores y personal de los dormitorios. Saber que era autista me dio la confianza para tomar decisiones basadas en lo que era mejor para mĆ, en lugar de lo que parecĆa normal. OptĆ© por no participar en las actividades del dormitorio, las fiestas, los partidos de fĆŗtbol, el regreso a casa y prĆ”cticamente todas las demĆ”s tradiciones estudiantiles de Stanford, y estaba feliz. Mi versión de una increĆble noche de viernes consistĆa en asistir a los servicios de Shabat en Hillel, cenar solo en mi habitación y acostarme alrededor de las nueve. Esta rutina es extraƱa y anormal y probablemente poco atractiva para al menos el 90 % de los estudiantes universitarios, pero a mĆ me funciona.
Ese dĆa mĆ”gico con el que solĆa soƱar, en el que mi ansiedad desaparecerĆa para siempre, nunca llegó. Lo que tengo ahora es realmente mejor. He aprendido a aprovechar mis fortalezas, ser consciente de mis debilidades, establecer expectativas realistas y encontrar el tĆ©rmino medio entre la rigidez aplastante y la espontaneidad caótica. He hecho las paces con las imperfecciones cotidianas, canalizando la energĆa que solĆa gastar en las puertas del microondas y en intervalos de cinco minutos hacia la escritura y el aprendizaje. Aunque no tengo intención de seguir una carrera como entrenador de vida, la alegrĆa de estar en ese escenario con mi Kombucha y mi esterilla de yoga ya no es una rareza sino un hecho.